La tienda de los espejos

15 LA TIENDA DE LOS ESPEJOS
 
 
Parte I
Los primeros almendros en flor anunciaban la llegada de la primavera a principios de marzo. Las mañanas comenzaban a ser cálidas y los días algo más largos. La felicidad nos llenaba cuando comenzábamos la jornada con unos rayos de sol. Sin embargo, el frío nos volvía seres irritables y solitarios.
De camino a la parada del autobús que tenía en frente de casa, miré asombrado uno de los locales que ocupaba lo que antes era la taberna de Antonio. Un lugar que llevaba abierto desde la década de los ochenta, y que había pasado por las manos de dos generaciones. Trataban de forma cercana a los clientes, lo que hacía que rápidamente se corriera la voz y el bar siempre estuviera abarrotado. Había estado desayunando el viernes pasado allí y no recordaba que me hubieran comentado nada acerca de un traspaso o, incluso, el posible cierre del mismo. También debía tener en cuenta que el tener tantas cosas en mente provocaba que me perdiese muchas cosas que ocurrían a mi alrededor. Probablemente Antonio, o su hijo, José, me habrían mencionado un cambio de planes.
El vacío que había dejado la taberna era ocupado ahora por un nuevo negocio. Aunque tenían el cierre bajado hasta la mitad, se podían distinguir siluetas en el interior. Aún parecía no estar siquiera inaugurado, ya que el luminoso no estaba encendido, y mucho menos el escaparate dispuesto. Me fue imposible deducir de qué se trataba.
Ensimismado, subí al autobús que acababa de abrir sus puertas. Como de costumbre, ocupé los asientos de la zona trasera del transporte. Odiaba el tener que compartir ese momento con algún desconocido. Ya el hecho de madrugar me resultaba desagradable. Así que, aprovechaba el trayecto para echar una cabezada o escuchar música. Pero aquella mañana fue diferente.
Minutos antes de entrar a clase, mandé un mensaje de texto a mi madre que decía:
«Mamá, ¿sabes qué ha pasado con el bar de Antonio? 
Otra cosa, no me esperéis para comer. Besos»
 
El día trascurrió con normalidad. Los profesores nos encargaron un par de trabajos de investigación que tuvimos que organizar por grupos, pero afortunadamente teníamos para hacerlos más de un mes. El estridente sonido del timbre anunció el fin de las clases, y con ello el comienzo de un largo e interesante puente. Tomé mis libros y me dirigí a la salida del edificio echándole una última ojeada al horario de exámenes del tablón. Al contemplar el tiempo tan increíble que se presentaba, decidí volver a casa dándome un paseo. Noté mi estómago ronronear, así que abrí la fiambrera para engullir en sólo dos bocados mi sandwich vegetal. Observando los restos del almuerzo, me vino a la mente de nuevo el bar de Antonio. En su casa sólo entraban los ingresos del bar y la quiebra del negocio podía ocasionar una auténtico desastre. Aun a sabiendas que no debía meterme en asuntos ajenos, me desvié justo antes de llegar a mi portal dirigiéndome al nuevo local para ver qué se cocía.
Para mi sorpresa, el negocio ya había abierto sus puertas al público. Tenía una apariencia curiosa, la cual no recordaba haber visto horas antes. El portalón era de color forja y complementaba con el granate del luminoso que enunciaba:
"LA TIENDA DE LOS ESPEJOS"
Como bien rezaba el cartel, el escaparate estaba repleto de espejos. Pude contar hasta diez, todos distintos. Alargados, redondos, informes... Cada uno de ellos en torno a uno más grande que se encontraba en el centro. Acerqué el rostro al cristal y observé claramente cómo mi imagen quedaba estática, como si el tiempo se hubiera parado durante unos segundos. Sacudí la cabeza imaginando que era producto de mi mente. En ese mismo instante, el dulce tintineo de una campana atrajo mi atención. Como por arte de magia la puerta cobró vida, se abrió de par en par invitándome a pasar al interior.
La estancia resultaba de lo más misteriosa, toda ella decorada con un gusto exquisito. En el centro se podía vislumbrar una lámpara de cristales rojo bermellón haciendo juego con las cortinas de terciopelo que daban cierto encanto a la tienda.
̶ Buenas tardes ̶ articulé.
Un olor a incienso invadió mis pulmones y el silencio era tal, que si contenía la respiración podía escuchar los latidos de mi corazón. La paz reinaba en toda la sala, no existía nada que pudiera perturbar el momento. Nada, excepto la curiosidad que me movía a descubrir el enigma que escondía aquel lugar.
Cada rincón de la tienda parecía lleno de magia. Sigilosamente me acerqué a una de las de estanterías que cubrían la pared. Podían distinguirse más de cien modelos distintos de espejos. Los había cóncavos y convexos, pero ésos eran de los más normales. Otros tenían cristales opacos, e incluso pude encontrar uno completamente transparente. Acerqué mi mano temblorosa a uno de los ejemplares. Al rozar con mis dedos, un ligero calambre me recorrió todo el cuerpo y no pude evitar soltar una grosería. Noté a mi espalda la presencia de otro ser. Angustiado, di media vuelta y tropecé con una gran figura.
̶ ¿Puedo ayudarle, joven?
̶ Dis...disculpe, yo...ya me iba... ̶ tartamudeé.
El caballero reflejaba por su manera de actuar y su vestimenta, una peculiar personalidad. Alcanzaba los dos metros de altura y portaba una larga túnica de color azul violáceo. Pude distinguir en el rostro sus ojos negros y una barba canosa perfectamente recortada. Con las manos entrelazadas a la altura del pecho.
Dio un paso adelante.
̶ ¿Tiene prisa?
̶ No demasiada.
̶ Ha llegado en el momento correcto.
Por un instante estuve a punto de salir corriendo hacia la puerta. No me trasmitía confianza suficiente como para quedarme más tiempo. Sin embargo, sentía cierta intriga y reparo ante la situación. Respiré hondo y seguí los pasos del tendero que se dirigía directo hacia la trastienda.
Tras atravesar un labrado arco de madera fuimos a parar a un habitáculo de increíbles dimensiones. Las paredes estaban encaladas y el techo lucía vistosas lámparas similares a las que había visto en la entrada. La luz en los pequeños cristales de éstas, producía un efecto especial. Toda la estancia parecía salpicada de multitud de rombos multicolores que no eran más que reflejos. En el suelo había una gigantesca alfombra persa que entraba en armonía con los demás elementos decorativos. A pesar de estar la sala iluminada, la tenue luz de las velas tornaba el ambiente aún más misterioso.
̶ ¿Te gustan los espejos, Mario?
̶ Sí... Un momento, ¿cómo sabe...? ̶ pregunté asombrado.
Soltando una sonora carcajada, posó su mano sobre mi hombro y susurró:
̶ Paciencia, todo a su debido tiempo.
Me estremecí al pensar en el juego que estaba llevando a cabo. Desde siempre me había considerado una persona muy supersticiosa. Era uno de los miles de humanos que aún se asustaban al ver un gato negro y evitaba el tener que pasar por debajo de una escalera. Y sin embargo allí estaba. En una tienda donde no había otra cosa que no fueran espejos. Una vez más mi instinto me ponía en alerta.
No era momento de echarse atrás. Así pues, me coloqué la mochila y seguí los pasos del señor tan reservado ante el que me encontraba.
Parte II
Mirándome fijamente a los ojos articuló:
̶ Has venido tal y como esperaba. Es hora de contarte el porqué de nuestro encuentro.
Con un gesto me invitó a tomar asiento en uno de los sillones de cuero. Y entonces, comenzó a hablar.
̶ Bueno, Mario, entiendo que todo esto te parezca extraño. Voy a intentar explicártelo poco a poco. Te pido por favor que no me interrumpas, al final resolvemos las preguntas que quieras hacerme.
̶ De acuerdo, soy todo oídos...
̶ Bien, has podido comprobar que este local ha aparecido de la noche a la mañana. Hemos irrumpido en las cuerdas del tiempo. La tienda de los espejos es el único punto que te conecta con el otro mundo.
̶ ¿El más all...? Disculpa, continúa.
̶ Como iba diciendo, he venido a buscarte porque te necesitamos. En realidad, toda una población está en peligro y sólo tú puedes ayudarla.
Le miré desconcertado.
̶ Esto no puede estar ocurriendo, debe ser un error...
̶ Tranquilo, será cuestión de un momento. Acompáñame, tengo algo que mostrarte.
A propósito, no me he presentado. Puedes llamarme Caal.
Me condujo hasta una sala en la que había únicamente un espejo. Tenía un ostentoso marco que le volvía aún más elegante. Al parecer, un ejemplar de lo más normal. El tendero me guió tomando mis hombros hasta colocarme frente al objeto. Sentí el calor de sus manos en mi cuerpo, y un escalofrío recorrió cada centímetro de mi espalda. Extrañado, le miré a los ojos pidiendo alguna explicación. Hasta que al fin, pronunció:
̶ Contempla la maravilla ante la que te encuentras, muchacho.
Frunciendo el ceño, Caal esperaba impaciente algún tipo de señal. Al instante comenzó a salir una nebulosa color violeta. Como por arte de magia, la imagen se volvió opaca dando lugar en seguida a otra que me dejó asombrado. No era yo el que se reflejaba en el espejo. Se trataba de una proyección de mí, tenía los mismos rasgos pero en apariencia era diferente. La piel era pálida, teñida de un verde claro que asustaba. Toda ella parecía estar cubierta de escamas como si se tratase de una criatura marina. Podía apreciarse cómo sus dedos estaban unidos por unas finas membranas, y en el torso, todo ello desnudo, se veían a la altura del abdomen dos hendiduras similares a las agallas de un pez. Los ojos eran exactamente iguales a los míos. Tenían ese color azul grisáceo marcado por dos pequeñas motas blancas que los caracterizaban.
Al principio imitaba cada uno de mis movimientos, como reflejo que era. Pero en un segundo todo cambió: la criatura dejó de emular mis acciones, y tomó vida propia. No pude evitar soltar un alarido al ver semejante situación. Llenando mis pulmones de aire, dejé que un hecho sucediera al siguiente.
Su semblante no mostraba asombro, sino angustia. Tenía el rostro desencajado, sus facciones retrataban a la perfección el estado en el que se encontraba. Pude deducir al momento que no todo iba bien, tal y como me había comentado Caal. Entonces, una voz rompió el silencio en el que nos encontrábamos.
̶ Mario, tienes que ayudarnos. Si no nos damos prisa, Chronos acabará con todos nosotros.
̶ Pero...¿cómo puedo yo ayudaros? ̶ musité.
̶ Puedes evitar que ocurra. Tan sólo debes entrar a nuestro mundo a través de esta puerta.
̶ Esto es una locura. ¿Por qué yo? ¿Qué tengo de especial? ̶ pregunté llevándome las manos a la cabeza.
̶ No tenemos tiempo. Confía en mí, por favor.
̶ De acuerdo, ¿por dónde empezamos...?  ̶ cuestioné inquieto ̶ . Un momento, ¿te llamas como yo?
̶ Mi nombre es Melh.
De pronto, una mano salió del espejo directa hacia una de mis muñecas. El muchacho la tomó con firmeza y tirando de mí, exclamó:
̶ Bienvenido a Eghanon.
Atravesé el objeto como si se tratara de un charco de agua y no una superficie dura. Al momento, sentí una punzada de dolor en todo el cuerpo y supe que estábamos en otra dimensión. Aferré fuertemente la mano de Melh, en el que deposité toda mi confianza.
Un increíble paisaje tenía frente a mí. Vivos colores procedentes de la multitud de vegetación, cubrían cual manto las colinas que conformaban la escena. En el cielo, un sol capaz de alumbrar hasta el más recóndito lugar, llenaba de vida los campos de Eghanon.
Con los ojos aún cerrados, tomé una bocanada de aire y articulé:
̶ ¿Hemos llegado?
̶ Sí, ya puedes mirar.
̶ Es...impresionante ̶ añadí abriendo los ojos de forma desorbitada.
̶ No hay tiempo que perder, ¡vamos!
Di media vuelta, y vi cómo Melh había salido corriendo sin esperarme. Sin pensarlo, intenté alcanzarlo exigiendo alguna explicación.
Había recorrido más de veinte metros a toda velocidad cuando observé a mi doble sentado en una roca mirándome.
̶ ¿Cómo has podido llegar tan rápido? Pensé que no te alcanzaría nunca.
Melh soltó una carcajada al escuchar mis palabras, y exclamó sonriendo:
̶ ¡Es lo que tenemos los cantai!
̶ Querido amigo, me temo que tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
Prometió contarme con detalle por qué me encontraba allí, y confirmarme la realidad de la existencia de Eghanon y los cantai. Pero antes, debíamos apresurarnos y escondernos en un lugar seguro.
Estuvimos charlando durante horas acerca de los dos mundos. Según narraba Melh, Eghanon, era una realidad paralela. Cada uno de los humanos tenía su doble persona allí. Se trataba de un lugar de fantasía, donde lo único que tenía en común con la Tierra eran los habitantes, los cantai. No había guerras que perturbaran la tranquilidad, o muertes que entristecieran el ambiente. Cuando un ser humano fallecía, su correspondiente cantai se reencarnaba en otro ser, animal o vegetal.
No podía dejar de observar su aspecto, y en numerosas ocasiones le interrumpía para preguntarle si no era todo de una broma de mal gusto. Parecían seres salidos del mar, con agallas y escamas, además de su tono de piel. Aunque nuestros ojos y estatura eran exactamente iguales, él carecía de nariz como tal. El cabello, más liso de lo que yo lo tenía y el cuerpo más musculado.
Entramos a una cabaña que se encontraba en lo alto de un árbol y tomamos asiento en el suelo. Allí, Melh depositó en mis manos un colgante. Se trataba de un cordón de cuero del que pendía un pequeño elefante de color turquesa. Al cerrar los puños, sentí la misma sensación que había tenido en la tienda de Caal al situarme frente al espejo que me traería hasta aquí. Aquel artefacto me daba poder, y lo podía percibir por el calor que despedía mi cuerpo.
̶ Ha llegado la hora, Mario. El hechicero del tiempo, Chronos, amenaza acabar con todos nosotros si no le das lo que pide.
̶ ¿Das?¿Se refiere a mí?
̶ Así es. Su objetivo es llegar a conocer tu realidad. Quiere atravesar tu espejo y...
̶ ¡Pero eso es una locura!Si en mi mundo ven una criatura verde caminand... ̶ grité levantándome de un salto ̶ . Lo siento.
̶ Lo sé, lo sé. Esta mañana me llegó una carta, pero me ha sido imposible descifrarla y por ello he ido a buscarte. No me ha quedado más remedio.
A la par que relataba las hazañas de Chronos, me tendió un viejo pergamino que decía:
El documento estaba escrito por una de las caras. Intercalaba números y letras, como si de un código se tratara.
̶ No consigo entender qué significa, y por los gestos que pones...diría que tú tampoco ̶ exclamó Melh ̶ . Será más difícil de lo que creía.
̶ Es una combinación de letras y números, pero...
Tras unos minutos en silencio, exclamé asustando a mi compañero:
̶ ¡Ya lo tengo! Sólo había que sustituir los números por las letras a las que se asemejan.
̶ ¿Qué son letras?
̶ No importa. Ya he descubierto qué quiere decir. Presta atención.
Aclaré mi garganta y leí en voz alta:
«Si volver quieres al mundo real, la cueva de Chronos has de visitar»
̶ ¡Eso es! Era un sencillo acertijo. ¡Hay que ir a la cueva de la que habla esta carta!
̶ Mario, ¿estás seguro de ello?
̶ Más que nunca, ¡vamos! Tenemos que intentar quitarle la idea al hechicero. No puede cruzar el espejo, será un caos.
Sin más, me dejé guiar por Melh. Me condujo por unos caminos demostrándome que sabía a la perfección a dónde debíamos ir. Tuvimos la ribera del río a nuestra vera durante todo el trayecto. Antes de comenzar la aventura me advirtió de algunas idea que no podía olvidar. Ante todo, era importante mantener la compostura. Lo que significaba pasar desapercibido, comportarme como un cantai y no como un humano. En segundo lugar, tendría que evitar el mostrarme ante los demás. Mi aspecto era fácilmente reconocible a bastante distancia. Los cantai se sentían incómodos al tenernos cerca. Así pues, prometí cumplir las normas,
bastaría con mantenerse en silencio ante la muchedumbre.
Por suerte, en nuestro recorrido sólo nos cruzamos con dos individuos. Ambos parecían ensimismados mirando el cielo, así que no se llegaron a percatar de nuestra presencia.
No había pasado demasiado tiempo cuando Melh pronunció:
̶ Ya casi hemos llegado, muchacho. 
Nos encontrábamos ante una impresionante cueva que sólo tenía acceso a través de un camino que recorría cada uno de los recovecos de la montaña. Durante el trayecto, tuvimos que superar numerosos contratiempos. Uno de ellos y el más significativo fue el encuentro con un gran número de cantai que hacían una excursión por el monte. Tal y como había pactado con Melh, me limité a bajar la cabeza a su paso para evitar que se percataran de mi aspecto, que tan diferente era al suyo. Afortunadamente no intercambiamos miradas.
Cuando nos hallábamos a sólo unos pasos de la cueva, mi fiel compañero frenó en seco para mirarme fijamente. Haciendo ademán de articular palabra, me tomó por el brazo y exclamó con firmeza:
̶ Estamos a un momento de resolver el conflicto que te a traído a nuestra tierra. Confío en tus capacidades, no me falles.
Como respuesta, tan sólo afirmé con un ligero movimiento de cabeza. A continuación entramos en la gruta para resolver cuanto antes el enigma. Conformaba un ambiente frío, y aquella escena parecía sacada de la mismísima Prehistoria. La oscuridad que reinaba nos hizo tropezar en varias ocasiones, hasta que a lo lejos pude observar una nebulosa de color morado.
Entonces, mi mente viajó a momentos vividos horas antes e intenté verificar si se trataba de la misma bruma que había tenido lugar en La tienda de los espejos. Efectivamente, lo era.
Nos dirigimos hacia allí con cuidado, y tuvimos que sortear algún que otro pozo que nos dificultaba la llegada. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estabamos frente a la luz.
De repente, una voz áspera quebró el silencio.
̶ Os estaba esperando. Habéis tardado bastante en llegar.
̶ Si no me equivoco, tú debes de ser Chronos.
̶ El mismo.
̶ ¿Qué necesitas de mí? ̶ pregunté plantándole cara.
̶ Es muy sencillo. Sólo tendrás que llevarme contigo.
̶ No puedo hacer eso. ¡Tus amenazas no podrán conmigo!
̶ ¿Estás seguro?
El hechicero dio una sonora palmada, y al instante, Melh se encontraba atado de pies y manos y amordazado.
̶ Te propongo un trato, humano ̶ pronunció Chronos ̶ . Aquí tienes dos espejos, aparentemente iguales. Deberás adivinar cuál es el que te lleva de vuelta a la tierra y romper el que no, con esta piedra. Recuerda que si destruyes el espejo incorrecto, quedarás atrapado en Eghanon para siempre.
Tras la proposición, se echó a un lado dejándome ver ambos espejos que, tal y como había afirmado, eran idénticos. Me lanzó la piedra e hizo un gesto para que la arrojara.
Me situé primero ante el espejo de la derecha, y a continuación frente al de la izquierda. No había manera de encontrar la diferencia. Concentré toda mi atención y estudié mi propio reflejo. Pude observar cómo en uno de ellos no era mi imagen la que se proyectaba, era la de Melh. ¿No ocurrió lo mismo en la tienda de Caal? No me reflejaba yo, sino mi correspondiente cantai. Ésa era la puerta correcta.
Todo mi cuerpo temblaba, me sentía indefenso. El hecho de tener que romper un espejo me estremecía, y volvía a pensar en las múltiples supersticiones. Si rompía el cristal erróneo, quedaría atrapado de por vida en aquella realidad.
Me llené de valentía y lancé con todas mis fuerzas la piedra, apostando una vez más por mi instinto. De pronto, el espejo que yo consideré falso y por lo tanto al que había lanzado la roca, se rompió en mil pedazos. El estruendo tan desagradable que se había formado en la cueva fue inmediatamente acompañado por los lamentos del hechicero.
Aproveché su despiste para atravesar de un salto la verdadera entrada a mi mundo. En ese instante, el sonido de un timbre aceleró mis pulsaciones.
̶ ¡Colega, despierta!Te acabas de dormir...
̶ ¿Dón...dónde estoy? ̶ dije al tiempo que abría los ojos.
̶ Vale que la clase de lengua no sea lo más divertido pero...
Me encontraba desorientado, pestañeé un par de veces para asegurarme de que todo iba bien. Miré a mi alrededor verificando que lo que me rodeaba era familiar, y que naturalmente estaba en la escuela.
Un dolor martilleaba mi cabeza haciéndome sentir incómodo. Llevé mi mente a otro mundo, a un sitio que me resultaba cercano donde mis sueños habían tenido lugar. No recordaba nada, solamente mantenía la imagen de una tienda de espejos en la mente. Una tienda que ocupaba la que antes era la taberna de José y su familia.
Decidí obviar las extrañas sensaciones y tomé mi mochila para volver a casa, las clases habían llegado a su fin. Al ponerme la chaqueta, percibí un dibujo en la parte interior de mi brazo. Era un infinito de grandes proporciones. Froté enérgicamente, pero no desaparecía. Se trataba de un tatuaje. Salí corriendo directo hacia la calle sin siquiera despedirme de mis compañeros.
Hiperventilando, llegué a la calle donde se situaba La tienda de los espejos. Extrañado, miré el luminoso del comercio. ¿Dónde se encontraba Caal? Entré en el local y alguien exclamó:
̶ ¡Muchacho! Hace días que no sabemos de ti. ¿Te pongo un café como siempre?
MARTA MORALES

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