ENERGÍAS

El incremento de tecnologías estaba repercutiendo de forma muy negativa en el planeta. Como una epidemia, las ondas se propagaban sin control y resultaba inútil cualquier intento de solución.

Berlín, 6:15 a.m.
Aún era de noche y con el frío berlinés, Sonne se levantaba perezoso tras haber apagado de un golpe su viejo despertador. Aquel trasto por el que sentía cierto cariño por ser una herencia familiar.
Abriendo el gran ventanal y tomando una bocanada de aire fresco, susurró:

̶ Buenos días, ciudad.

A continuación se dirigió al cuarto de baño, se lavó la cara enérgicamente y puso la cafetera en funcionamiento con una buena dosis que le espabilara.
Mientras tomaba el desayuno contemplaba embelesado las hermosas vistas que le ofrecían su apartamento del centro. Era lo más parecido a un estudio que pudo encontrar. Se componía de un salón que hacía las veces de cocina y entrada, un minúsculo baño y una habitación en la que tenía prácticamente encajada la cama.
Había llegado la hora de partir, cogió y se marchó al trabajo.
Como cada mañana, se reunía con su compañera Mond antes del cambio de turno. Tomaba el relevo para continuar él durante el resto del día.

Sonne giró a mano derecha en cuanto llegó a la calle Seesener. Toda ella cubierta de nieve que carecía de huellas.
Al final de la calzada, vislumbró con dificultad el luminoso que andaba estropeado por la humedad y el paso de los años. Éste decía:

 "CONSTRUCCIONES BIG WINDOW"

Aparcó en el callejón contiguo al almacén y con su caja de herramientas se dirigió decidido a comenzar su jornada laboral.
Tras un suspiro, tocó el timbre. Faltaban sólo dos minutos para que fueran las 7 de la mañana y allí, nadie abría. Pulsó de nuevo y esperó.
Las voces de una muchacha cabreada rompieron el silencio del que estaba disfrutando Sonne:

̶̶ ̶̶ Aquí una no puede ni ir al baño, ¿o qué? ̶̶ masculló Mold entre dientes.
̶ ̶̶ Bueno, bueno. Cómo se nota que no has dormido aún, señorita. Venga cámbiate de ropa que te relevo.
̶̶ Oh, sí. ¡Menos mal! Pensé que nunca llegaría el momento ̶̶ articuló Mond con tono irónico ̶̶ . Por cierto, he dejado la puerta de arriba abierta con las prisas. Acuérdate de cerrarla en cuanto subas.
̶̶ Vale, vale. Corre, ¡a dormir! ̶̶ contestó Sonne vacilón.
̶̶ ¡Cállate!

Obedeciendo a su compañera, cogió el ascensor. Veinticuatro pisos eran demasiados para subirlos a pie. Arriba todo estaba en orden y la puerta, tal y como había apuntado Mond, abierta de par en par. Atravesó el dintel y la cerró tras su paso. Era de hierro, blindada, y tenía un código de seguridad que había que cambiar cada semana.

Se sentó ante los monitores que llevaban el control de conexiones. La ciudad estaba preparada para comenzar su día. Tras haber revisado minuciosamente todos los interruptores, cogió con cada mano un cable y los enchufó provocando un ligero parpadeo del fluorescente de la sala.
Cada mañana, verificaba que no había ningún fusible solar fundido o algún que otro contratiempo.
Nada podía fallar o el país al completo quedaría sin suministro hasta nuevo aviso.
Después de haber hecho el mantenimiento rutinario, comprobó por la ventana si la ciudad ya tenía luz y se dejó caer sobre su asiento de nuevo.

El día transcurrió con normalidad. Mientras ordenaba los archivos en el corcho se preguntó por qué tanta la responsabilidad recaía sobre ellos dos.

Cuando Berlín compró la Sede Alemana Solar (SAS) en 1961 ni Sonne ni Mond habían nacido, pero en cuanto cumplieron la mayoría de edad fueron elegidos por el propio gobierno para encargarse, ni más ni menos, que de administrar la luz a toda Alemania.
Él la activaba a las 7 de la mañana, ella la desactivaba a las 7 de la tarde. Eran jornadas largas pero el empleo era cómodo y fácil de desempeñar. Otra de las cosas que más les disgustaban era el no poder compartir con más personas que su familia el lugar donde trabajaban. En su día firmaron el Contrato y debían guardar el secreto bajo llave. Por ello, la central se encondía tras una antiquísima fachada de construcciones, nadie sospecharía de un almacén abandonado. A estas alturas de la historia no podían desmentir la existencia real de ambos cuerpos celestes.

Ese día se sentía adormecido, así que decidió echar una cabezada en el sillón. En principio, con la intención de relajarse. Pasaron las horas y él seguía dormitando.
El aporreo de la metálica puerta hizo que de un salto de pusiera en pie. Y con los ojos aún entrecerrados abrió despacio preparado para encontrarse a cualquiera.

̶̶ ¿¡Se puede saber qué narices has hecho!? - preguntó la muchacha de malas maneras.
̶̶ ¿Qué hecho de qué? Y no me chilles, por favor, que no me encuentro bien.
̶̶ No sé... a ver cómo te diría yo, es que... ¡TODO EL PAÍS ESTÁ SIN LUZ!
̶̶ ¿¡Sin luz!? ¡Eso no puede ser! ̶̶ Sonne estaba descolocado.

Entró Mond a pasos agigantados en la sala y comenzó a trastear los diversos teclados que cubrían todo el escritorio. Y echándose las manos a la cabeza exclamó:

̶̶ Hay un exceso de voltaje. Han conseguido superar con creces el límite de electricidad que nos concede la UE. Ahora tenemos un problema y grande, además.
̶̶ ¿Cuánto puede tardar en volver la luz?
̶̶ En teoría, viene sola en veinticuatro horas.
̶̶ ¿Sabes lo que te digo? Deben aprender a que no tiene que abusar de la energía. No les vendrá mal un pequeño susto. Coge tus cosas y vayámonos –propuso Sonne.
-Pe...pero no podemos dejar esto así, habrá que dar algún tipo de solución al país. Sonne, toda la culpa será nuestra, nos matarán –dijo sollozando.
-De eso nada, mi pequeña Mond.

Sonne abrazó a su compañera intentando consolarla y reduciendo el disgusto tan grande que se había llevado. Acercándose a su oído, le susurró:

̶̶ Alemania quedará un día sin Mond y sin Sonne, ¿de acuerdo? Ahora dime, ¿a dónde quieres que te lleve?
-A cualquier lugar menos a la Luna – sugirió la joven con una dulce sonrisa enjugándose las lágrimas.

                                                                                                                       ɱɑʀţɑ ɱʀ


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