CRIATURAS DE LA NOCHE

CRIATURAS DE LA NOCHE

A pesar de abrirme paso por entre la espesura de la noche con asombrosa celeridad, ellos parecían estar cada vez más cerca, acechando detrás de cada rama, de cada roca, de cada arbusto. Su sed, insaciable, les llevaría hasta el lugar más recóndito y alejado del bosque con tal de darme caza. No cejarían en su empeño, y yo casi podía sentir ya su aliento sobre mi nuca.

El graznido de un cuervo me hizo estremecer a mi paso por un viejo puente de piedra, y la ausencia de vegetación en derredor dejó mi ser al amparo de la Luna, acechante desde lo más alto con toda su silueta dibujada sobre el lóbrego firmamento, y emitiendo una luz mortecina que hacía palidecer mi piel hasta el punto de que la sangre pareciese no correr por ella.

De repente, el fuerte crujido de una rama partiéndose al otro lado del puente frenó mi avance de súbito. Mi respiración agitada y entrecortada, casi asmática, se detuvo al contemplar como de entre las sombras surgían una decena de figuras amenazantes que avanzaban lentamente sobre mí. A mi espalda la misma escena se repetía. No tenía escapatoria, pronto sería como ellos.

La hueste de desdeñosas criaturas me miraban como una fiera ante su presa, y uno de ellos comenzó a acercárseme a pasos agigantados para clavar su veneno en mi cuello. Nada podría librarme de mi fatídico destino, pero entonces, sin pensarlo dos veces, sólo dejándome llevar por mi instinto de supervivencia, salté al vacío desde el puente con la sola esperanza de caer en las lejanas aguas. Allí, al final del precipicio, ganada la pugna con la muerte, no pude evitar esbozar una sonrisa, pues seguiría siendo un vampiro.



Acaba de salir airoso de mi enfrentamiento con los humanos y su maldita vacuna.

ÁLVARO CALVETE AGUILAR