El amor por encima del olvido


Buenos días, mi amor.

Otra vez a levantarnos, con la rutina obligada que nos trae un nuevo día.Tú, para sentarte en tu sillón y mirar con ojos perdidos e indiferentes un mundo que no recuerdas. Yo, para sumergirme en los retazos de una vida pasada que ya solamente me pertenece a mí. A pesar de todo, me empeño en hacer como si nada hubiera pasado. Cada mañana te visto como lo hubieras hecho tú. Despacio, en orden. Primero una ducha templada. Contemplo tu cuerpo desnudo. Al ver cómo ya no te estremeces con mis caricias, un rayo de cruda realidad se cuela en mi cabeza, rompiendo el engaño que me impuesto a mí misma. Seco tu dulce silueta con aquellas toallas suaves que tanto te gustaban. Por un momento me parece ver en tus ojos un brillo fugaz, como si un recuerdo dormido hubiese venido a asomarse a tu cerebro. Me doy prisa, con la inquieta esperanza de que al ponerte los finos pantalones, la camisa, la chaqueta y terminar de hacerte el nudo de la corbata, vuelvan tus labios, como siempre solían hacerlo, a acariciar los míos. Pero nada pasa. El brillo desaparece, llevándose con él todas mis ilusiones.

Una nueva grieta se abre en el corazón y en el alma. Me duele todo, mi amor. No sé si esta ceremonial rutina sirve más para evocarte a ti o alejarme a mí. Se me hace difícil distinguir a quién de los dos ha hecho más daño tu enfermedad del olvido. Tú, mi cielo, que ya nada te queda de aquellos momentos de placer, que compartíamos juntos. Vives en un inmenso vacío. Yo, en cambio, me aferro a esos momentos, como un náufrago a su tabla de salvación. Tus recuerdos, amor mío, vuelven a mi memoria con sólo tocarte, con sólo mirarte. Mi cuerpo reclama el tuyo.

Las manos, la piel, se van quedando secas en busca de las profundas caricias que antes me proporcionabas. Me voy marchitando despacio, lentamente, como lo haría una hermosa flor, que languidece ante la falta de cuidado. Es tan duro, mi cielo, saber que ya no significo nada para ti. No soy más que una persona, un ser extraño que te habla de cosas lejanas, perdidas en la laguna de tu mente. Voy pasando los días, la vida que aún nos queda, cabalgando entre el dolor de la amarga verdad, representada en como eres ahora y la dulce mentira de llegar a creer, por un instante, que vuelves a ser el de antes.

Lucho por no rendirme. Lucho contra el olvido, cariño, un olvido que llena cada uno de nuestros presentes sin dejarnos mirar al futuro. Pero después de tanta melancolía y dolor sé que, mientras me agarre con fuerza a este amor nuestro, que lo es todo, esa parte de ti que aún no se ha ido, seguirá viva en mi corazón. Y como tú hubieras hecho, levanto el ánimo decaído. Me visto con aquel traje blanco que me regalaste. Salgo a comprar un ramo de rosas rojas. A la vuelta escribo una tarjeta de San Valentín y la leo con mis manos agarrando las tuyas. Siento que en esta noche de los enamorados la habitación se vuelve mágica. Me sumerjo en un sueño profundo donde te levantas, me agarras dulcemente por la cintura y bailamos nuestra canción. Te acercas. Siento tu aliento cálido que quema mis oídos mientras susurras, “aún sigo aquí, mi cielo, con el recuerdo de nuestro amor, con el recuerdo de tu imagen presente en cada uno de mis días y de mis noches, con el corazón lleno de un amor que persiste más allá de cualquier tiempo que pueda ser olvidado“.

Y a la mañana siguiente, con la ilusión renovada, siento cómo desaparece el castigo impuesto de nuestra obligada rutina. Te despierto con un abrazo suave. Mis labios te llaman. Buenos días, mi amor.

MARIA MARTINEZ DIOSDADO

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