A través de sus ojos

13  A TRAVÉS DE SUS OJOS
                                       
La hora de la merienda había llegado. Sin duda, el momento del día preferido para Carla. En el mismo instante en que las agujas de su pequeño reloj marcaron las seis, salió lanzada por el pasillo, atropellando todo cuanto estaba en su paso. Incluído el felino que, desperezándose ante sus carantoñas, se hizo notar con un leve ronroneo. Los trotes de la niña anunciaron a su madre que se encontraba en la cocina frente a una montaña de revistas de decoración. La mesa estaba cubierta por decenas de ellas, todas diferentes. Hacía unos meses le había propuesto a su esposo cambiar la distribución de los muebles del comedor. Les encantaba cada poco tiempo darle un nuevo aspecto al hogar, de esa forma hacían limpieza tirando todos aquellos objetos inútiles que se acumulaban inevitablemente durante el año.
Impaciente, tomó asiento en una de las sillas mientras canturreaba en un inglés que solamente ella podía comprender, la canción de su película favorita, Frozen. Se dirigió a su madre, la cual no pudo evitar esbozar una gran sonrisa contemplando la situación.

̶ ¿Dónde está mi princesa? ̶ articuló Esther, mirando a su hija.
̶ ¡Mami, vamos a merendar!
̶ Te propongo una idea. Esta tarde haremos entre papá, tú y yo, galletas. ¿Qué te parece?
̶ ¡Siií, galletas! ̶ exclamó Carla, festejándolo.
De pronto, alguien entró a la cocina.
̶ Bueno, bueno... qué bien huele por aquí  ̶  interrumpió Rodrigo, poniendo los brazos en jarra ̶ . ¿Qué estáis cocinando?
̶ Pero papá, si aún no hemos empezado. ¡Te estábamos esperando!
Los tres se colocaron sus respectivos delantales y se pusieron manos a la obra. Dispuestos en cadena ocupando toda la estancia, fueron sacando uno por uno cada ingrediente que Esther iba leyendo del libro de recetas. Carla se encargó de pesar en la balanza algunos como la mantequilla y la harina. El padre fue batiendo con las varillas mientras la madre encendía el honor. Amasaron entre todos turnándose y extendieron la mezcla sobre la encimera, y con unos moldes de distintas formas fueron cortando las galletas. Aprovechando el estado de concentración en que se encontraban, Rodrigo se encargó de mancharles la nariz acabando al final toda la cocina patas arriba.
Un delicioso aroma envolvió la cocina, conformando un ambiente de lo más agradable. Pronto, el timbre del horno anunció que los dulces estaban listos.
Rodrigo sacó la bandeja ante la mirada de su mujer e hija, que esperaban ansiosas por probar el resultado de aquella maravillosa tarde.
A pesar de las múltiples adventencias, Carla no tardó en acercar sus manitas a la bandeja soltándola al momento por no poder aguantar semejante temperatura.
̶ Haremos algo de café mientras se enfrían las pastas ̶ propuso Esther, alzando los brazos tratando de alcanzar la cafetera ̶ . Rodrigo, haz el favor de bajármela.
La niña tomó leche caliente con azúcar en su taza favorita. Aquélla que le habían regalado sus compañeros de clase hacía unos meses por su sexto cumpleaños, y que conservaba con mucho cariño.
En cuanto le dieron permiso sus padres, sin pensarlo dos veces tomó la galleta que resaltaba por estar más dorada que el resto. De un sólo bocado engulló más de medio dulce. Podía escucharse cómo crujía al masticar. Con los ojos entornados, degustaba los distintos sabores, como la esencia de vainilla o el ligero toque a canela. Rodrigo y su mujer también tomaron un par de ellas acompañadas de un buen tazón de café recién hecho. En cuanto acabaron la merienda se pusieron entre los tres a limpiar la cocina, concluyendo todos con la misma idea: había merecido la pena.
No tardó en llegar la hora del baño. Carla corrió a su armario a por el pijama nuevo que había recibido también como regalo de cumpleaños. Era de una pieza y se abrochaba por la parte delantera con una cremallera. Tenía una capucha de la que salían dos graciosas orejas de perro y estaba cubierto de manchas negras como si se tratara de un dálmata.
Esa tarde fue Esther la que duchó a la pequeña. A pesar de tener la calefacción en marcha no hacía tiempo para andar con el pelo húmedo mucho rato, así que no se demoraron. Al salir de la bañera, envolvió a su hija con una toalla azul de rizos y la estrechó entre sus brazos, impregnándose de ese olor tan característico que podría reconocer a kilómetros. Durante unos instantes, cerró los ojos. Qué rápido pasaba el tiempo. Carla había crecido demasiado deprisa en esos seis años. Aún conservaba los mismos ojos expresivos que enamoraron a ambos en el mismo momento en que los abrió. Siempre había sido de tez clara, aunque cogía con facilidad un tono tostado cuando veraneaban en la playa. Era una niña muy expresiva, de todo hacía una fiesta. En cualquier momento aparecía con alguna pregunta que hacía reír a carcajadas a los mayores con la inocencia que la definía. Desde bebé había tenido miedo a la oscuridad. Y como todo niño, necesitaba sentirse segura bajo el abrigo de sus padres.
El trabajar durante el día les permitía disfrutar de ella por las tardes e incluso, cenar todos juntos.
Se encontraban padre e hija pintando un bonito paisaje en la mesa del comedor, lugar destinado exclusivamente para las aficiones. No llevaban más de quince minutos cuando Carla ya comenzaba a dar cabezadas. Su padre sonrió y dijo:
̶ Creo que alguien quiere irse a la cama ̶ tomando a su hija en brazos.
La llevó a su cama y sentándose a su lado, la tapó con el edredón de plumas. Besando con dulzura su frente, se retiró con delicadeza para no despertarla. En ese momento, Carla se giró emitiendo un gran bostezo.
̶ Papi... no te vayas aún.
̶ Tranquila, me quedaré hasta que te duermas ̶ dijo, entrecerrando sus ojos con una caricia.
̶ Prométeme que no te irás antes.
̶ Cielo, ¿por qué no puedes dormir? ̶ preguntó el padre preocupado ̶ . Papá y mamá estamos aquí, nada malo puede ocurrirte.
Como cada noche, la niña comenzó a hacer pucheros, llenándosele el rostro de lágrimas en cuestión de segundos. Rodrigo intuía que algo no iba del todo bien. Siempre había tenido bastantes problemas para dormir, pero desde hacía un tiempo la hora del sueño se había vuelto todo un suplicio. Esther y él trataban el tema en numerosas ocasiones, pero no conseguían averiguar por qué le daba tanto miedo la oscuridad. No lloraba en mitad de la noche, sino momentos antes de meterse en la cama.
Se tumbó junto a ella y la abrazó, acercándola a su pecho. Poco a poco, el disgusto se le pasaba, dejando de sollozar. Fue entonces cuando despacio la dejó de nuevo arropada y salió de la habitación, entornando la puerta tras de sí. Miró a su mujer a través del espejo que se encontraba en el cuarto de baño, cepillándose los dientes. Apoyado en el marco de la puerta articuló con una voz casi inaudible:
̶ ¿No crees que deberíamos llevar a Carla a algún psicólogo infantil?  ̶ Se sentó en la tapa del retrete ̶ . Va a hacer ya un año desde que la niña empezó con los problemas de insomnio. Puede que en el colegio se metan con ella y no nos lo haya contado, pero nos lo hubiera dicho la tutora, ¿no crees? O puede que tenga pesadillas...
̶ Rodrigo, no le des más vueltas. Son cosas propias de su edad, dale tiempo. Sabe que estamos en la habitación de al lado. Si tiene pesadillas no tiene más que llamarnos. Pero si te quedas más tranquilo, mañana nos acercamos antes al colegio y si la profesora está libre le pedimos una tutoría.
̶ Sí, eso haremos.
̶ Y ahora vámonos a la cama que mañana madrugamos ̶ sugirió Esther, tirando del brazo de su marido.
Quedaban un par de minutos para que el reloj marcara las siete y media de la mañana. Esther, girándose, apagó el despertador antes de que sonara. Sin abrir apenas los ojos, se puso las zapatillas de estar por casa y se dirigió al baño que estaba en la propia habitación. Como cada día, de forma automática, se lavó la cara enérgicamente y recogió su larga melena en una coleta. Volviendo al dormitorio, se dispuso a levantar la persiana para que entraran unos rayos de luz, para que Rodrigo se fuera desperezando. El día parecía bastante oscuro, todo el horizonte estaba plagado de nubes negras que amenazaban descargarse sobre la ciudad por momentos. La luz de la estancia no cambió demasiado, pero el propio crujir de la madera hizo despertar a Rodrigo que produjo un sonido gutural, dándose media vuelta.
̶ Buenos días, dormilón  ̶ dijo Esther, retirándole la manta que tenía presa en sus manos.
̶ Está bien, ya me levanto  ̶ Se incorporó para darle un beso a su esposa ̶ . Buenos días.
̶ Te dejo aquí. Voy a ir poniendo la cafetera, que se nos echa la hora encima.
Normalmente desayunaban juntos y cuando se habían preparado llamaban a Carla, así podía dormir ella un rato más.
Prepararon el café más fuerte de lo habitual e hicieron tostadas con el pan que había sobrado la noche anterior. Después de haber comido un buen desayuno, Rodrigo realizó la lista de la compra, incluyendo todos aquellos ingredientes que se habían terminado el domingo al hacer las galletas. Mientras, Esther se dirigió al cuarto para despertar a la niña. Entró de puntillas, evitando chocar con sus juguetes y provocar así algún ruido brusco. Sentada en el borde de su cama, observó cómo dormía, parecía un ángel. El edredón subía y bajaba al son de sus respiraciones de forma regular. Si por ella fuera, se pasaría toda la mañana observándola sin perturbar sus sueños, pero era lunes y había que ir al colegio.
Al principio intentó hacerlo susurrando unas palabras, con ello no consiguió más que la criatura se moviera a un lado y continuara durmiendo. No quería sobresaltarla, así que se acercó y le dio un beso en una de sus mejillas. La pequeña Clara encogió el cuello y fue abriendo poco a poco los ojos. Tras pestañear un par de veces, observó a su madre, sentada a su lado, mirándola absorta. Estirando los brazos tanto como podía, alcanzó a Esther hasta abrazarla.
Tenían el colegio a diez minutos de casa, así que salir a las nueve menos cuarto era más que suficiente para llegar antes de que hubiera sonado el timbre. Como cada manaña los niños esperaban en sus filas hasta ser llamados por sus respectivos tutores. En cuanto llegaron, Carla vio a lo lejos a su grupo de amigas, por lo que se despidió rápidamente de sus padres y fue a encontrarse con las niñas. Rodrigo y Esther, tal y como habían hablado, querían citarse con la profesora ese día, ya que ambos libraban. Aprovechando que se encontraba ahí, la saludaron con la mano, a lo que respondió con una sonrisa sin apartar más que unos segundos la vista de los niños.
̶ Buenos días, Elena  ̶ articuló Esther ̶ . Queríamos pedirte una tutoría para hablar sobre Carla.
̶ Claro, sin problema. ¿Ha ocurrido algo con la niña?
̶ Bueno, es que llevamos un tiempo notando que no duerme apenas y queríamos saber si está bien integrada en la clase .
Sonó el timbre, revolucionando al instante a los más pequeños que parecían locos por entrar a clase. Elena vigilaba de reojo que ningún alumno se saliera de la fila, y dirigiéndose de nuevo a los padres de Carla gritó para que pudieran oírla:
̶ Si os parece bien en la hora del recreo tengo un hueco.
̶ De acuerdo, a las once estaremos por aquí.
̶ Os espero en la sala de profesores ̶ señaló la docente, mientras subía con los muchachos escaleras arriba ̶ . ¡Hasta luego!
Esther y Rodrigo volvieron a casa para coger su coche e ir a hacer la compra. Ninguno de los dos trabajaba los lunes. Él era médico de cabecera y ella enfermera en el centro de salud del pueblo. Tenían unos horarios similares, lo que les aventajaba en el cuidado de su hija. Ambos se conocieron en la facultad. Desde entonces, supieron que una vez acabados sus estudios se casarían y no tardaría en llegar el primer bebé.
En el colegio, Elena cantaba alegre la canción con la que estaban aprendiendo el abecedario en inglés. Los chicos disfrutaban entusiasmados y seguían a la perfección la melodía. Al ser un pueblo pequeño, en las clases no había más de quince niños por aula. Esto permitía una mayor dedicación a cada uno, que era atendido según sus necesidades. Los días en la escuela pasaban de considerarse un trabajo a ser un disfrute continuo para Elena.
̶ Hoy, lunes, vamos a cambiar la hora de lectura por una de relajación ̶ manifestó la tutora dirigiéndose a sus alumnos ̶ . ¿Qué os parece?
Sus palabras fueron aclamadas con aplausos que produjeron una sonrisa en el rostro de la maestra.
Observando lo bien que había sido tomada la propuesta, cogió el radiocasette del armario donde tenía el material e introdujo en él uno de los cds con música de relajación. También sacó una montaña de colchonetas que fue repartiendo una por una. Entre todos apartaron las mesas y apilaron las sillas, dejando espacio para que cupieran tumbados en el suelo. Antes de mandarles coger sus cojines, vio que ya estaban preparados para comenzar la clase. Entonces, al pulsar el botón de play comenzó a sonar Archangel of Light de Grether. Como si realmente hubiera atravesado un ángel los muros de la estancia, los pequeños guardaron silencio al instante a excepción de Carla.
Era la única que aún no se había tumbado, permanecía sentada sobre la estera abrazando sus piernas con la mirada perdida. Elena se acercó extrañada, y posando las manos en sus hombros le susurró:
̶ Carla, ¿te encuentras bien?
La alumna parecía no reaccionar ante las palabras de su tutora. Continuaba ensimismada sin apenas pestañear. De pronto, comenzó a llorar en silencio. Elena, tan sorprendida como asustada, le tendió su mano para que la acompañara fuera de la clase. La criatura parecía enmudecida, miraba a la profesora fijamente sin emitir sonido alguno mas que sus sollozos.
̶ Cariño, ¿te duele algo y por eso estás así? ̶ cuestionó Elena, intentando que articulara alguna palabra ̶ . Vamos a llamar a papá y a mamá para que vengan a por ti.
Enjugándose las lágrimas, la pequeña comenzó a morderse los puños de su chaqueta y respondió:
̶ Tiene miedo...él me lo dice todas las noches...
̶ ¿Quién tiene miedo, Carla? ̶ le preguntó la maestra.
̶ Está asustado...es mi amigo...
̶ Tienes que decirme quién es, así podré ayudarle  ̶ Cogió sus pequeñas manos y se acuclilló frente a ella ̶ . ¿Se trata de algún compañero de clase?
̶ No...no puedo...
La maestra avisó a Cristian, el jefe de estudios del centro, que pasaba en ese instante y le pidió que se quedara vigilando a sus alumnos.
Elena no quería presionarla, pero había comprobado con sus propios ojos que algo no iba bien y debía poner al tanto a sus padres cuanto antes. Sin esperar siquiera a la tutoría que tenía convocada con ellos a las once, cogió el teléfono de la sala de profesoras, haciendo esperar a la niña en una de las sillas.
̶ ¿Dígame? ̶ contestó Rodrigo.
̶ Hola, soy la profesora de Carla.
̶ Sí, dime, Elena.
̶ Era para preguntaros si podríais acercaros al colegio ahora.
̶ Creí que habíamos quedado a las once  ̶ comentó el padre de Carla extrañado, mirando  a su mujer que se encontraba en la caja del supermercado pagando.
̶ Así es, pero tengo algo urgente que tratar con vosotros  ̶ Tragó saliva ̶ . Tengo a la niña aquí llorando, íbamos a iniciar la clase y...
̶ De acuerdo, en diez minutos estamos allí.
Exclamó Rodrigo azorado, colgando inmediatamente.
En la escuela, la docente se sentó junto a Carla, que parecía más calmada. Ambas quedaron cogidas de las manos en silencio unos segundos. Con tal de acabar con aquella situación en la que nadie se sentía a gusto, Elena se levantó para coger un bloc de notas de su bolso y unos bolígrafos de colores. Tendiéndoselos, exclamó:
̶ ¿Quién quiere dibujar?
Con tan sólo una sonrisa le agradeció a su tutora la muestra de cariño que había tenido. Cogió el cuaderno entre sus manos y, tomando asiento en el escritorio, comenzó a pintar.
Se decidió por el bolígrafo azul, su color favorito. Los primeros trazos no desvelaron ninguna figura en particular. Al cabo del rato, Elena dejó de mirar a su alumna. Fue entonces cuando Carla se dejó llevar de manera natural. Inmersa en el papel, empezó a garabatear, dejando entrever algunas siluetas. Una vez tuvo hecho el paisaje  ̶ un suelo irregular y unas nubes que tapaban un sol radiante ̶ , se detuvo para pintar con minuciosidad al protagonista de su obra. Primeramente esbozó unas líneas generales. Después dibujó un ser de ojos grandes y largas extremidades que casi acariciaban el suelo, todo ello fruto de su creación. Repasaba la silueta del niño que ocupaba el centro de la pintura, pasando el bolígrafo por las mismas zonas y llegando a tornarse el azul, prácticamente negro. Como dibujo de una criatura de seis años, los rasgos eran irreales. Sin embargo, no fue difícil distinguir la oscura atmósfera que rodeaba al muchacho retratado.
Un par de golpes en la puerta sacaron a Elena de sus pensamientos. Enseguida se levantó a abrir y con un gesto invitó a los recién llegados a pasar al interior de la sala.
̶ Sentaos, por favor.
̶ Hemos venido tan pronto como nos has llamado, ¿qué ha ocurrido?  ̶ preguntó Esther, angustiada.
̶ Había decidido sustituir la hora de lectura por una de relajación  ̶ comentaba la profesora, mirando de reojo a Carla que se encontraba en un estado de concentración supremo ̶ , cuando la niña comenzó a llorar. Todos sus compañeros estaban ya tumbados en las colchonetas, preparados para empezar la clase. Sin embargo, ella parecía abstraída, no contestaba a mis indicaciones. No sé si me explico...
̶ Sí, tranquila. Es justamente lo que queríamos hablar contigo.
̶̶  Nuestra hija lleva un tiempo teniendo comportamientos anormales, por así decirlo  ̶ articuló Rodrigo ̶ . Es llegar la hora de dormir y se transforma. Comienza a llorar, no quiere separarse de nosotros. Hasta que por cansancio acaba rendida, claro.
̶ Entiendo  ̶ afirmaba la docente, mientras tomaba notas en su agenda ̶ . Por lo que me comentáis, no creo que sea más que una etapa complicada en su desarrollo. Le ocurre a muchos niños, podéis estar tranquilos. Solamente debéis buscar el momento correcto para hablar con ella, sin presionarla.
̶ Eso haremos, la verdad es que estamos muy preocupados. No sabíamos si la niña estaba bien integrada con sus compañeros o si había alguien que se metiera con ella...
̶ Nada de nada. Carla es encantadora y en clase no tiene ningún problema. Los profesores no tenemos queja  ̶ les hizo saber la maestra, confirmando sus palabras con una sonrisa.
̶ Nos resulta muy extraño coja estos berrinches sin ton ni son  ̶ Esther parecía afligida.
̶ Hay otra cosa que quería comentaros  ̶ respondió Elena, tomando un trago de agua ̶ . Cuando he estado hablando con ella fuera de clase, me ha dicho un par de cosas. No sé si vosotros se lo habréis oído también.
̶ ¿De qué se trata?
̶ No hacía más que repetirme que "él" tiene miedo, que es su amigo...que se lo dice cada noche.
Al momento, la madre de la pequeña palideció por completo. Su rostro se volvió blanco como las paredes que les rodeaban, y sus manos se tornaron  frías como el hielo. Comenzaba a asustarle la actitud que había adoptado su hija. No sólo rehuía ante cualquier momento de descanso, sino que había una tercera persona en su entorno.
̶ Cariño, tranquilízate ̶ exclamó Rodrigo, temiendo que su mujer se desplomara en sus brazos.
La maestra le ofreció agua de su botella, que aceptó agradeciéndoselo enormemente.
̶ Como os comentaba, debe haber alguien, bueno... ya me entendéis.
̶ ¿Estamos hablando de un amigo invisible? ̶ preguntó el padre, asombrado.
̶ No lo sé. Pero de ser así, tan sólo hay que dejar pasar un tiempo. Lo superará cuando menos os lo esperéis.
Habiendo hablado sobre todos los temas que tenían pendientes, dieron por finalizada la tutoría. Se acercaron a Carla, que continuaba decorando las hojas del cuaderno, y le dijeron que era hora de marcharse. Sus padres decidieron que se la llevaban a casa, mañana sería otro día para venir de nuevo al colegio. Rodrigo y Esther se despidieron de la maestra con un fuerte apretón de manos, y Carla le regaló la mejor de sus sonrisas.
Cogieron el coche que se encontraba a tan sólo unos metros de la puerta principal de la escuela. En el trayecto, la familia se mantuvo en silencio. Ninguno de ellos pronunció una palabra hasta que casi habían llegado al garaje. Rodrigo observó detenidamente por el retrovisor. Carla, pasando su mano por el dibujo que había hecho momentos antes en el colegio, susurró:
̶ No tengas miedo...
Frunciendo el ceño, comentó el padre:
̶ Cariño, ¿decías algo?
A lo que la pequeña Carla contestó:
̶ No, papi.
Era la hora de comer, así que Esther no tardó en ponerse su delantal para empezar a preparar la comida. Sacó la cazuela de caldo de la nevera y la puso al fuego a calentar. El menú consistía en la sopa de lluvia que tanto entusiasmaba a Carla, y unos filetes de pollo a la plancha que apasionaban a Rodrigo. A ella le hacía feliz verles celebrar de esa manera cada cosa por pequeña que fuera. Consideraba que su familia estaba unida al completo, eran muy afortunados.
Sentados todos en la mesa de la cocina, fueron sirviendo el caldo, procurando que cayera en cada plato una buena cantidad de granitos de lluvia. Al principio la familia mantuvo silencio y comió sin demorarse demasiado en acabar, todos sabían que la sopa caliente estaba mucho más sabrosa que fría. Fue Rodrigo, preocupado por la actitud que había tenido su hija en el coche, el que sacó el tema mientras repartía el pollo. 
̶ Y Carla, ¿qué es lo que ha ocurrido en el cole?
̶ No sé... ̶ respondió la niña, quedando paralizada ante la pregunta de su progenitor.
̶ Nos ha dicho la seño que te has puesto un poco triste en clase, ¿ha sido eso?
La criatura agachó la cabeza, soltando a la vez el tenedor. Cohibida por la situación, bebió un sorbo de agua, obviando los comentarios de su padre.
̶ Cielo, papá te está hablando, contéstale ̶ dijo Esther, tomando partido ̶ . Sabes que si tienes algo que contarnos, puedes hacerlo, ¿verdad?
̶ Mamá...él tiene miedo... ̶ musitó al fin Carla, bajando el tono de voz.
̶ ¿Quién es él? ¿Un amiguito tuyo?
̶ Me lo ha contado...esta noche.
̶ ¿Esta noche? ¿Estás segura, cariño? Habrá sido esta mañana... ̶ articuló Rodrigo.
̶ ¡No, no, papá! Ha sido esta noche, mientras dormía.
̶ De acuerdo, princesa. Cuéntanos, entonces. ¿Cómo ha sido?
̶ Vi a Enrique con su perrito,  llorando...me dijo...
Como si la niña hubiera visto una imagen desagradable, comenzó a llorar en silencio. Tenía rostro bañado en lágrimas, pero aún así continuó hablando:
̶ Me dijo que sus papás...no montaran en el avión...
̶ Y ese amigo tuyo, ¿es del cole?  ̶  interrogó Esther, sin quitar un segundo la vista de su hija.
̶ No...él no vive aquí. Me contó que tenía miedo. Enrique siempre está triste, mamá.
̶ Pero si no sabemos dónde está, no podemos ayudarle, cariño.
̶ Mami... no sé dónde está... sólo le veo cuando cierro los ojos...
̶ Bueno, tú tranquila que seguro que lo solucionamos, ¿vale? ̶ añadió Esther, acariciando la cabeza de la pequeña ̶ . Entonces, ¿se llama Enrique tu amiguito?
̶ Sí...le gusta que le llame Enriquete ̶ dijo Carla, sonándose la nariz con la servilleta.
̶ Y sus papis, ¿viajan mucho?
̶ Se van a la playa... Enriquete me dijo llorando que no podían ir...le da miedo y no quiere que monten en avión... ̶ confesó la pequeña, jugando con los últimos trozos de pollo que quedaban en su plato.
̶ Pero si habla con ellos, seguro que lo entenderán. ¿No puede ir con ellos?
̶ No ve a sus papás desde Navidad.
̶ Vaya, bueno...
La cOnversación se dio por zanjada, quedando varios temas sin resolver. Tras tomar un café con algunas pastas que habían sobrado del día anterior, cogieron el coche para llevar a la niña al cumpleaños de su mejor amiga, Zaira.
A la vuelta, Esther se encargó de comentarlo según montaron en el coche:
̶ Rodrigo, ¿no crees que todo esto es muy extraño? No sé si habrás pensado lo mismo que yo...
̶ Parece que Carla está convecida de lo que dice. ¡Un momento!, no creerás que... ̶ manifestó él, quitando el contacto del coche ̶ . ¿Conoces tú algún otro Enrique aparte de...?
̶ ¿Del hijo de Javi? ̶ exclamó Esther.
El tema fue abandonado en el rincón del día a día de la familia. Los padres, esperanzados pensando en qué tan sólo sería una fantasía propia de la niña, no hablaron de ello los días siguientes. En casa, todo se mantuvo en calma, no volviendo a tener Carla berrinches tan pronunciados. Quizás le habría servido como desahogo el haber confiado en sus padres su secreto.
Sentada en la cafetería del centro de salud, Esther tomó su teléfono que sonaba sin cesar. En la pantalla se leía el nombre de Marina en mayúsculas. Deslizando su dedo índice, cogió la llamada.
̶ ¿Dígame? ̶ preguntó Esther, sosteniendo el móvil con el hombro.
̶ ¡Hola, enfermera! ̶ exclamaba la interlocutora ̶ . ¿Cuántos análisis has hecho hoy?
̶ ¡Marina, cuánto tiempo! ¿Cómo estáis?
̶ Pues aquí andamos. Le han dado una semana libre a Javi y habíamos pensado cruzar el charco e ir a veros.
̶ Qué gran idea. Estupendo.
Ambas amigas continuaron hablando durante todo el descanso que tenía Esther y se pusieron al día. Hablaban muy de vez en cuando ya que las llamadas desde Inglaterra no salían precisamente baratas.
Era viernes, así que decidió esperar a su marido que tardaría unos veinte minutos en salir. Se entretuvo ordenando archivos en recepción y cancelando las citas de todo aquellos pacientes que no habían asistido a su hora de analítica.
̶ Muy buenas, doctor ̶ saludó Esther, al ver a Rodrigo aparecer con su bata blanca aún puesta.
̶ Hombre, cariño, ¿qué haces por aquí?
̶ Había pensado esperarte y que fuésemos tú y yo a comer fuera. Ha ido mi madre a por Carla al cole y ya se queda con ella esta noche.
̶ Perfecto, dame unos minutos y estoy contigo.
Estuvieron comiendo en la taberna que había frente al centro, "La espiga". Era un lugar donde ponían generosas cantidades de comida a precios de lo más económicos. Los dos pidieron lo mismo, un filete de ternera acompañado de ensalada y una ración de patatas caseras.
Tras haber tomado de un trago más de media copa de agua, comentó Esther:
̶ Se me olvidaba decirte. Me ha llamado antes Marina, dice que la próxima semana vienen a España. Bueno, aún tienen que coger los billetes y demás. Me hace mucha ilusión.
̶ ¿Javi y Marina? ̶ preguntó Rodrigo, engullendo las últimas patatas.
̶ Sí, claro. ¿Los has olvidado ya o qué? ̶ dijo Esther, sonriendo.
̶ Imposible. Madre mía, lo que han padecido y lo fuertes que han sido. Perder a Enrique fue un palo muy duro...
En ese instante, ella pareció palidecer. Sus facciones se endurecieron. Sin embargo, no emitió sonido alguno.
Aprovecharon para hacer algo de compra y llenar el depósito del coche, pero pronto regresaron cansados a casa después de haber estado todo el día fuera. Sentados ambos en el sofá con un libro entre las manos, Esther rompió el silencio con lo que le venía atormentando durante toda la tarde.
̶ Rodrigo, sé que puede parecer una locura lo que te voy a decir, pero escúchame antes.
̶ Dime, cariño, ¿qué te pasa?
̶ He estado pensando sobre lo que nos comentó la niña el lunes y no sé, me parece mucha casualidad que ahora justo Javi y Marina quieran venir... ̶ articuló Esther, bajando la voz hasta convertirse en un susurro ̶ . Déjalo, son paranoias mías.
̶ Hey, cálmate. No quiero pensar lo que pareces que me insinuando... ¿el amigo invisible de Carla...su hijo?
̶ Eso mismo, y sabes que nunca he creído en esas cosas pero... son muchas coindicencias, ¿no crees?
̶ No había pensado en ello, Esther. No lo veo tan claro como tú, pero si te quedas así más tranquila hablaremos con ellos.
̶ ¿Pero cómo vamos a decirles esto? ¡Se pensarán que estamos locos!
̶ Bueno, tampoco es necesario contarles nada. Bastará con intentar convencerles de que vengan en otra ocasión ̶ añadió su marido cabizbajo ̶ . Sigo pensando que no es para tanto, pero bueno.
Sin esperar un momento más, Esther tomó el teléfono de casa y marcó el número de sus amigos sin olvidar el prefijo londinense.
̶ ¿Hello? ̶ contestó una voz masculina.
̶ Buenas noches, Javi, soy Esther. ¿Os he pillado cenando?
̶ No, tranquila. ¿Qué tal estáis? Ya me dijo Marina que te había informado de nuestra visita. Le dije que era una sorpresa, pero ya sabes cómo es.
̶ Sí... de eso quería hablarte ̶ dijo Esther dubitativa ̶ . Lo he consultado con Rodrigo hace un momento, precisamente. Esa semana no estaremos en Madrid, tiene una conferencia en Bilbao y le voy a acompañar.
̶ Vaya, entiendo.
̶ ¿Por qué no lo organizamos para Semana Santa y podemos estar más tiempo juntos?
̶ De acuerdo, por nosotros no habría ningún problema. Íbamos solamente a veros a vosotros.
Esther respiró aliviada. Había merecido la pena esa pequeña excusa. Prefería no jugar con fuego.
Fueron pasando los días. El martes a primera hora de la mañana, el titular de una noticia cayó entre las manos de Rodrigo que se encontraba realizando unos informes en su consulta:
Trágico accidente de avión procedente de Londres con destino a Madrid
Hoy, martes, a las 9.00 a.m. ha tenido lugar un accidente del avión LND-122 tras haber fallado uno de los motores que portaba el mismo. Se investigan las causas de esta avería, tomando la caja negra del mecanismo como referente.
Tras leer esto, Rodrigo soltó el periódico de forma involuntaria. Sobraban las palabras.
         

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