lunes, 7 de agosto de 2017

Relato: Buen viaje, mi amor



Tomé sus manos con dulzura, como si tocara la más frágil de las criaturas. Rocé con la yema de mis dedos la alianza que hacía tanto había sellado nuestro amor eterno. Cerré los ojos y pude revivir por unos instantes el día más maravilloso de mi vida. La imaginé de nuevo, bajo aquel velo casi transparente, rodeada de un manto de flores que competían con su belleza. La miré y, sin mediar palabra, le juré fidelidad, firmando un pacto con el mismísimo Dios. Aquella mujer sería dueña de mis actos y de mi alma hasta el fin de mis días. 

Acerqué mis labios a su frente y deposité en ella un beso. Acaricié su trenza plateada, sonreí. Siempre fue muy coqueta. Siempre le gustó ir conjuntada, realzar su hermosura con vivos colores, que hacían honor a su personalidad. Siempre pensó que la vida había que disfrutarla en cada momento, apreciar las pequeñas cosas y valorar aquello que tanto esfuerzo costaba. Admiraba la manera de afrontar los contratiempos que tenía. Jamás dejé de verla sonreír. 

Ahora, con el paso de los años, esa alegría se había consumido casi en su totalidad. La enfermedad había tomado las riendas de su vida. Apenas recordaba quién era yo, su fiel compañero. Y parecía haber olvidado aquellos momentos en los que nos creíamos inmortales. 

¿Por qué, Señor mío? ¿Por qué? 

Pasaba día y noche a los pies de su cama, esperando con entusiasmo que me reconociera, que me llamara por mi nombre. Sin embargo, mi esperanza era en vano. Todas las mañanas me miraba, como si fuera un completo desconocido, fruncía el ceño y me invitaba a sentarme más cerca de ella. La historia volvía a comenzar, como cada día. A pesar de ello, jamás se lo tomé en cuenta. Confiaba en que algún día saldríamos juntos de aquel lugar, de la mano, rumbo a un lugar mejor. Y aquel día llegó.

Una tarde un estridente sonido me sacó de una horrible pesadilla. Una de sus máquinas comenzó a sonar, como nunca antes lo había hecho. Me sentía aletargado, perdido en un mar de dudas. Me acerqué a la cama con el rostro bañado en lágrimas, cogí sus manos, mi tesoro. Las acerqué a mi pecho y le recé una oración. Le di las gracias por haber formado parte de mis días, por haberme escuchado cuando más lo había necesitado, por hacerme el hombre más afortunado de la Tierra.

-Buen viaje, mi amor.

A partir de entonces mi vida comenzó a perder el sentido que ella le daba. Me hacía daño pensar en el último año, cargado de dolor y lágrimas. Pensé por un momento en la última promesa que le hice. Juré que saldríamos juntos de la mano. Aquella tarde ella inició su viaje y yo debía acompañarla una vez más.

Cerré los ojos, me dejé llevar y emprendí el camino en busca de la felicidad.

2 comentarios:

Tu opinión es fundamental. ¡Gracias de nuevo! Te esperamos ;)

Cada palabra un sentimiento © 2010 | By Fancy Art and designs Con la tecnología de Blogger